jueves, 26 de marzo de 2015

Celeste

Ese día deseé con todas mis fuerzas que terminase la hora para salir del trabajo. Acabé reventada de tantas y tantas reuniones con clientes. Quise llegar cuanto antes a casa para descansar. Por eso nada más llegué al portal abrí rápidamente la puerta, pero al intentar cerrarla un brazo pasó por mi lado derecho de la cara y agarró uno de los barrotes. Abrí los ojos mientras noté que mi cuerpo no respondió al intentar moverme por el susto. 
- Casi me quedo afuera. - Escuché. - ¿Me dejas pasar? 
- ¡Ay sí! Perdona. 
Me aparté como pude y fue cuando le vi. Llevó una chupa de cuero de color negra y no bajé más la mirada porque sus ojos marrones me atraparon nada más fijarme en ellos. 
- ¿Te puedes creer que te has quedado boba mirándole? - Me soltó el jodido subconsciente. Entonces reaccioné y noté como mis pies bajaron de nuevo a la tierra. Me di cuenta que tenía el mismo aspecto que la mayoría de mis clientes: Alto, guapo, con el pelo negro... no entré en detalles porque es una de mis normas como profesional. No quiero que pase lo que a muchas de mis compañeras les pasan, se enamoran. Me dispuse a subir las escaleras y él, cuando le di la espalda, cerró la puerta. El ruido de mis tacones retumbaron por todo el rellano hasta que paré en la puerta del ascensor. De nuevo él fue más rápido que yo y tocó el botón de subida. 
- ¿Vives aquí? 
- Pues sí, vivo aquí. - Le contesté. - A ti nunca te he visto. ¿Eres vecino nuevo? 
- Que va, es la primera vez. Vengo a visitar a una amiga que se llama Celeste. - No me lo pude creer. Al escuchar el nombre de Celeste me temblaron tanto las piernas que no reaccioné al momento. - ¿La conoces? - Me preguntó enseguida. 
- Eh... no. No la conozco. Le contesté lo primero que pensé y con la voz muy temblorosa. 
Justo llegó al ascensor. Entré primero porque él hizo un gesto para cederme el paso. Me coloqué en la esquina más apartada para que tuviera sitio. 
- ¿A qué piso vas, guapa? 
- Eh... al tercero. 
- ¿Te has olvidado dónde vives? 
- No, hombre. No es eso. 
- ¿Entonces? 
- ¡Entonces nada! - Le dije sonriendo. 
- Y yo pensando que te ponía nerviosa. 
- ¿En serio? Pero si no te conozco. 
- Eso no significa que no te guste. - Me lo dijo mientras se acercó a mi para acorralarme en aquella esquina. 
- ¿De verdad piensas que me gustas? Te estas equivocando conmigo. 
- Vaya... sería una pena equivocarme. 
- ¿Por qué? - Le pregunté extrañada. 
- Porque no he podido evitar fijarme en ti. 
Me quedé sorprendida con su respuesta pero más cuando noté sus labios sellando los míos. Entonces no sé si fue porque estoy tan acostumbrada a mi profesión que me tomé la situación como si fuera una de mis citas. Saqué a esa mujer que a todos mis clientes les gusta. Le agarré fuertemente su cintura y nuestros cuerpos se conocieron al igual que lo hizo nuestras lenguas. Mientras sus manos cogieron mi cara para no dejarme escapar. Yo sólo pensé en el ascensor apunto de llegar al tercero y el iba un piso más arriba. 
- Creo que a mi amiga la veré otro día. - Dijo entre morreo y morreo. 
- ¡No! - Me aparté totalmente de él. 
Afortunadamente sonó el ding confirmando que había llegado, supuestamente, a casa. Salí y nos quedamos mirándonos sin decirnos nada mientras las puertas se cerraron en nuestras narices. No sé por qué eché a correr escaleras arriba para encontrarme de nuevo con él. 
- Espera. - Le grité desde las escaleras cuando vi que apunto estuvo de tocar el timbre de la puerta. 
Se quedó mirando cómo estuve de agobiada por subir tan rápidamente. Me faltaba el aire pero me lo volvió a quitar con sus carnosos labios. Mi bolso cayó al suelo dejando todas las cosas esparramadas en el pasillo, me dio igual. Yo sólo noté sus manos acariciando cada centímetro de mi cuerpo intentando subirme un poco la camiseta blanca que llevaba para rozar con sus dedos mi piel. Yo intenté hacer lo mismo con él. Entonces directamente se quitó la chaqueta de cuero y seguido la sudadera negra que tenía puesta debajo. Le vi ese tatuaje en el pecho que poca importancia le di porque en mis manos tuve el poder de taparlo mientras le palpaba su torso desnudo. Por ese motivo, al rato, me puse nerviosa al notar que sus manos seguían en mi cintura porque no se atrevía a quitarme la ropa. En ese momento mientras me miraba le agarré del brazo y bajamos unos pocos escalones para que ningún vecino nos viera. Le senté. Delante suya me levanté la camiseta dejándole ver mis pechos con el sujetador de encaje negro. Sentí reflejada en su mirada ese deseo de hacerme suya, más ganas me entró de probar más. Abrió sus piernas, de rodillas me puse delante suya y comenzamos a besarnos de nuevo. Él me demostró su destreza quitando ropa interior femenina porque de un salto desabrochó mi parte de arriba dejando que sus manos fuese lo único que sujetase mis pechos. Yo no quise ser menos. Así que desabroché el botón de su vaquero, bajé la cremallera y metí la mano en su calzoncillo. Aquello que noté me puso más caliente sonrojada de lo que ya estuve. Me entró escalofríos muy intensos cuando jugué con su miembro y se me escapó un gemido que otro por culpa de sus caricias en mis pezones. Sin pensarlo más veces, me levanté para bajarme la falda de tubo y quitarme la braguita que en ese momento me estorbaba. Una mano suya muy traviesa tocó mis labios para saber si estaban mojados, lo sé porque cuando él hizo ese gesto le delató una risa picarona y a mí me entró más sudores. Quise hacerlo poco a poco. Suavemente empecé a bajar hasta sentarme completamente en sus piernas y, por fin, le sentí dentro de mí. Sólo ese instante fue así de despacio. Con todas las ganas que tuvimos los dos, el ritmo fue cada vez más rápido hasta llegar a su total esplendor y terminar con una mano suya tapándome la boca para que los vecinos no oyeran mi orgasmo. Pero fue en vano. Justo al terminar nuestro acto de pasión, una de las puertas del rellano se abrió. Rápidamente él se subió el pantalón, agarró sus cosas y echó a correr escaleras abajo sin antes mirarme y lanzarme un beso. Le sonreí como una boba. Una vez sola me coloqué bien la falda, cogí la camiseta y me tapé como pude. 
- ¿Y todo esto qué es? - Escuché 
- Eh... es mío, Remedios. - Subí los pocos escalones hasta llegar a donde seguía todas mis cosas por medio. 
- ¿Pero qué te ha pasado, niña? ¿Estás bien? ¿Te han hecho algo? Es que he escuchado un ruido muy raro y... 
- No, no. Tranquila. - Le corté. - Sólo vengo un poco mareada y... nada. Estoy bien. 
- ¿Seguro que estás bien? ¿Quieres que llame a la Policía? 
- De verdad, Remedios, no hace falta. Estoy bien gracias. - Le contesté un poco cabreada. 
- Entonces me vuelvo a dentro. Buenas noches, Carmen. 
- Buenas noches. 
En cuanto cerró la puerta, di un suspiro tan grande de alivio que me quité todos los nervios de encima. Recogí todo y al fin entré en casa. Me quité los tacones, solté lo que portaba en mis manos en la entradita y directamente fui a echarme en el sofá. Justo en ese instante fue cuando empecé a coger un poco de conciencia y recordé lo que había pasado durante el día y en esos quince minutos con ese chico misterioso. Pensé que lo raro no fue habérmelo tirado en el rellano de mi casa, a la vista de todos los vecinos y sin saber quién es. La pregunta que me rondó por la cabeza fue: ¿Por qué no le dije que yo era Celeste?


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