jueves, 30 de agosto de 2012

Verás que rico está

Agárralo con fuerza para que no se escape. Atención con el extremo, hay veces que te dan escalofríos al lamer y de lo bueno que está, puede crearte adicción. Seguro que no podrás parar. Dale mordisquitos. Siente como algo que es duro está muy tierno, y ese sabor tan inconfundible se mantiene en tu boca. Juguetea para que no te aburras. Mientras te lo devoras, con tu lengua acaricia todas las partes sin dejar ni un centímetro por chupar, y ¡Cuidado! hay veces que chorrea. Sigue así, hasta llegar al final. Hasta tragártelo entero. No dejes nada sin aprovechar. 
¿Verdad que está rico el helado? 


lunes, 27 de agosto de 2012

Colocándose la sal en su cuello...

Colocándose la sal en su cuello, tan apetitoso manjar, me dijo en voz alta "¡Toma, bebe un trago!" ofreciéndome en un vaso de cristal un líquido transparente en su interior. 
Aparté su mano de golpe arrojando el recipiente al suelo rompiéndose en pedazos. "¡Ay! ¡me cortado!".- Contestó. 
Por mi cuerpo, el maldito escalofrío al ver esa gota de sangre paseando por su pierna. 
Sin pensarlo, me agaché hacía ella. El olor y la excitación son más intensos. Mi lengua acaricia el camino que dejó esa gota por su infinita pierna, siento ansias de morderla pero antes quiero llegar al origen de la herida. 
Me agarró la chica del brazo levantándome, hasta que nuestras miradas se encontraron.
"Eeh, veo que quieres jugar".- Guiñándome un ojo
Mientras acercaba sus labios, me acordé que en su cuello sigue esa sal. Ahora son los míos quien besa su cuello jugueteando con ella, hasta que mis colmillos desgarra la piel de esta joven entre gritos de dolor y sufrimiento. 


Dedicado a @mik34sena

Es el manto negro...

Es el manto negro quien arropa su cuerpo frío. Sus ojos me devuelve la mirada apagada, se marchó sin decir nada. En la mesita de noche al lado de la cama, hay una carta que, sintiéndolo mucho, no soy yo quien deba decir cuál es su contenido.

Olor a incienso en la habitación destrozada. Cristales en el suelo con resto de sangre, las sábanas teñidas de rojo y al rededor todo desbaratado. Así estaría su alma para terminar por una dichosa vez con su vida.   

Me da pena ver cómo alguien puede acabar de esta forma. Y sin dejar nunca de preguntarme, siempre que veo una escena igual, ¿por qué lo habrá hecho? creo que esa pregunta es el motivo del porqué trabajo en esto.  

Llega el peor momento: informarle a sus familiares de lo ocurrido. Me acerco a la cama donde está el cadáver del muchacho joven. Sus manos cerca de los bolsillos lo agarré por la muñeca, vi restos de polvos blancos en sus dedos. La mirada, lógicamente, se fue hacía su nariz. Efectivamente, esas partículas se encontraban allí también. 

- Asco de drogas. - Dije en voz alta. 

- Señor, tenemos que comunicarnos con los familiares para que reconozcan el cuerpo. ¿Lo has identificado ya? 

- Estoy en ello Gutierrez. En cuanto tenga datos del fallecido me pongo en contacto con ellos. Gracias. 

Vuelvo la mirada al cuerpo inerte pero ahora con más pena. Colocando su mano izquierda en el pecho, introduzco la mía en el bolsillo del pantalón en busca de su cartera, para ver quien es el individuo que está muerto en la cama, dejando rota una familia. 

Ni en un lado, ni en el otro encontré nada. Solo el vacío de un saquito de tela. 

- ¡Inspector, mire esto! 

Giré hacia donde escuché la voz del compañero. Enseñándome, entre los flashes de las cámaras que están capturando cualquier detalle del escenario, la puerta del armario empotrado. Es justo el del espejo partido en trozos que lleva sangre del joven.

- Pienso que aquí ha pasado algo más que un suicidio. - Dijo el compañero. 

Entonces, sin esperar este nuevo acontecimiento, empecé de nuevo a colocar las pruebas para aclarar este suceso. 

- Así es Martínez. Y no seré yo quien no sepa cuál es la verdadera historia de esta tragedia. 


lunes, 13 de agosto de 2012

No necesito...

No necesito mirar al cielo y recordar el color de sus ojos, ni probar la dulce miel para saborear sus labios.
No hace falta los rayos del sol para sentir el calor de su cuerpo, ni pasear entre azahares para percibir su aroma. 
Entonces doctor dígame: ¿usted por qué no la ve?




lunes, 6 de agosto de 2012

Cuando miré por la cerradura

Llegué antes de mi hora porque el profesor no fue a clase. Entré en casa:  
- ¡Ya estoy aquí!- Cerré la puerta y nadie me contestó. 
Dejé la mochila en la silla del comedor. Me senté en el sofá cansada, cogí el mando para encender la televisión mientras coloqué mis pies con los calcetines encima de la mesa viaja. Mi instinto, de repente,  escuchó un sonido algo leve y extraño antes de salir el canal que quería. Quieta, sin hacer el mínimo ruido, mis oídos se transformaron en una antena para averiguar de dónde procedía aquel ruido pero, por culpa del locutor no escuché nada. Apagué la televisión. Me puse de pie delante de la mesita, solté el mando y me encaminé hacia el pasillo de la casa en busca de su origen. 
Entonces llegué a una habitación donde ese sonido, aun más fuerte, sonaba a gozo. Sin pensármelo dos veces miré por el ojo de la cerradura, quise ver lo que ocurría dentro. ¡No me lo puede creer! Reconocí sin duda ese pelo rubio rizado, piel morena encima de otro cuerpo atlético, que no tenía ni puta idea de quién era ese tipo. Los pechos de mi madre bailando al ritmo de la figura musculosa que la sometía al ejercicio de la diversión. 
No salí de mi asombro. Dejé de ver por la cerradura más que sorprendida. Se quedó grabada en mi retina esa escena donde unas manos grandes agarraban la cintura de mi madre moviéndola a su antojo y gozando los dos de su querida lujuria. 
Sin decir ni una palabra, me levanté de golpe y abrí la puerta de la habitación del placer (o del horror como pensé). Las miradas atónitas se dirigieron directamente hacia mi persona, quedándome petrificada al abrir la puerta del cuarto oliendo a satisfacción resentido. Mientras, las siluetas rebuscaban en la cama las sábanas para tapar sus cuerpos desnudos sudorosos, para que dejara de ver aquella estampa. 
-¡Nena! Te lo puedo explicar.- Dijo mamá. 
Pero con los ojos como platos, apunto de inundarse por observar todo el percal, negué con la cabeza y cerré la puerta del dormitorio con un portazo en forma de decepción. Y en ese mismo momento se escuchó por todos los rincones: 
- ¡Cariño, ya estoy en casa!