lunes, 6 de agosto de 2012

Cuando miré por la cerradura

Llegué antes de mi hora porque el profesor no fue a clase. Entré en casa:  
- ¡Ya estoy aquí!- Cerré la puerta y nadie me contestó. 
Dejé la mochila en la silla del comedor. Me senté en el sofá cansada, cogí el mando para encender la televisión mientras coloqué mis pies con los calcetines encima de la mesa viaja. Mi instinto, de repente,  escuchó un sonido algo leve y extraño antes de salir el canal que quería. Quieta, sin hacer el mínimo ruido, mis oídos se transformaron en una antena para averiguar de dónde procedía aquel ruido pero, por culpa del locutor no escuché nada. Apagué la televisión. Me puse de pie delante de la mesita, solté el mando y me encaminé hacia el pasillo de la casa en busca de su origen. 
Entonces llegué a una habitación donde ese sonido, aun más fuerte, sonaba a gozo. Sin pensármelo dos veces miré por el ojo de la cerradura, quise ver lo que ocurría dentro. ¡No me lo puede creer! Reconocí sin duda ese pelo rubio rizado, piel morena encima de otro cuerpo atlético, que no tenía ni puta idea de quién era ese tipo. Los pechos de mi madre bailando al ritmo de la figura musculosa que la sometía al ejercicio de la diversión. 
No salí de mi asombro. Dejé de ver por la cerradura más que sorprendida. Se quedó grabada en mi retina esa escena donde unas manos grandes agarraban la cintura de mi madre moviéndola a su antojo y gozando los dos de su querida lujuria. 
Sin decir ni una palabra, me levanté de golpe y abrí la puerta de la habitación del placer (o del horror como pensé). Las miradas atónitas se dirigieron directamente hacia mi persona, quedándome petrificada al abrir la puerta del cuarto oliendo a satisfacción resentido. Mientras, las siluetas rebuscaban en la cama las sábanas para tapar sus cuerpos desnudos sudorosos, para que dejara de ver aquella estampa. 
-¡Nena! Te lo puedo explicar.- Dijo mamá. 
Pero con los ojos como platos, apunto de inundarse por observar todo el percal, negué con la cabeza y cerré la puerta del dormitorio con un portazo en forma de decepción. Y en ese mismo momento se escuchó por todos los rincones: 
- ¡Cariño, ya estoy en casa! 




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