miércoles, 25 de abril de 2012

"El tamaño no importa, léelo"


¿Cuál es el motivo de este post? muy sencillo.

He presentado a concurso un de mis microrrelatos, se titula "Recuerdos" así que os pido, amigos míos, que pinchéis en el link de abajo y con un solo clic podéis votar mi relato. Se puede hacer esta misma operación dando un voto por día y hasta el 30 de Abril.
Solo me queda decir: ¡Muchas gracias a los que me hayáis votado y lo más importante, por vuestro apoyo!

¡Ahhh, que se me olvida!... disfrutarlo ;)

martes, 24 de abril de 2012

23 de Abril

Ayer, con el motivo del día del libro, se organizó en Benalmádena una actividad que lo nombraron “Día Internacional del Libro. Escritores/as con voz” donde me invitaron a participar con mi relato "Un día como otro cualquiera" para exponerlo y luego me formularon algunas preguntas sobre ello. 



A parte de eso, también se leyeron y comentamos otros relatos como el de mi compañera Mercedes Martín, “Operación Water”, que la verdad me gustó mucho. Supo darle a una historia que empieza un poco trágica ese toque divertido y plasmar que si se habla las cosas con anterioridad se podría evitar casos como el que ella nos cuenta. 


Ignacio López con su relato “La donna è mobile”. Me encantó, sencillamente, vi reflejado la venganza y el amor en diferentes personajes que a su vez se parecen más de lo que piensan. 


¿Y qué decir del “Sólo un día más” de Elena Benítez? fue magnífica la expectación que tuvo y la repercusión, ya que transmitía el día a día de una mujer cuyo "príncipe azul" solo se queda en rana y cuando se va a la cama, va en calzoncillos sin ni si quiera quitarse los calcetines. Podéis imaginaros como acabó ese pequeño debate. 

Para concluir, pasé una tarde maravillosa, conocí a mucha gente y volví a ver a esas personas que hacia mucho tiempo no veía haciéndome tanta ilusión de verles de nuevo. 


Antes de terminar, tengo que darles las gracias a Laura Martel, Sandra Ruiz, Isabel González, Carlos Martín, María de los Ángeles y Manuel (mis padres) que estuvieron ayer conmigo y que sin ellos no hubiera sido lo mismo. ¡Gracias de todo corazón!


Con Laura Martel y Sandra Ruiz

domingo, 22 de abril de 2012

Sin...

Se acercan tus manos a mis mejillas
una tímida sonrisa se me escapó.
Te miro, me miras
el silencio, nuestro cómplice. Nada alrededor. 

Me besas, te beso... 
nada que existe es tan intenso. 
Nuestra pasión se desata por momentos, 
sintiendo tus manos acariciando mi cuerpo... 

Amemonos sin remordimientos.

lunes, 16 de abril de 2012

¿Las ves?

¿Ves aquellas estrellas que tanto brillan en esta noche tan oscura? 

¿Las únicas estrellas que se reflejan en el mar al lado de la luna?
¿Las qué observas detenidamente con tanto entusiasmo y sientes como se dibuja una sonrisa en tu cara? 
¿Las que por muchos años que pasan nunca se apagan?

¿Las ves allí en lo alto? 
Pues ahí es, donde ellos nos están esperando.



viernes, 13 de abril de 2012

¡1001 Gracias!

Quiero dar las gracias a todas las personas que han visitado mi blog. Ya son 1001 los que han pasado por aquí. Algunos dejando huella, otros para leer lo que escribo... así hasta llegar a donde hemos llegado.

Me siento tan orgullosa; saber que cada una de las publicaciones, una pequeña parte de vosotros (los que sé)  hayáis sentido un cosquilleo leyéndolas, dándome ánimos para seguir escribiendo, y solo para que ustedes seáis los protagonistas. 

De todo corazón gracias, millones de gracias. Y decir por último, que esto es solo el comienzo de una gran carrera. 






miércoles, 11 de abril de 2012

En pentagrama


Unas simples hojas de papel de pentagrama, reposa cada una de las notas de esta maravillosa obra. Para que posteriormente el prodigioso violinista le de vida, con su noble Stradivarius. Concediendo al artista el placer de interpretar tal solemne melodía.


martes, 10 de abril de 2012

El corazón delator (1º Parte)

Unos de los relatos más fascinante de Edgar Allan Poe, "El corazón delator" simplemente puedo decir que lo disfruten... mientras puedan.




¡Es verdad! Soy muy nervioso, extraordinariamente nervioso. Lo he sido siempre. ¿Pero por qué dicen que estoy loco? La enfermedad ha aguzado mis sentidos en vez de destruirlos o embotarlos. De todos ellos el más fino es el oído. Yo he escuchado todas las cosas del cielo y de la tierra, y no pocas del infierno. ¿cómo, entonces, puedo estar loco? Observen con qué serenidad, con qué calma, voy a contarles esta historia.

Es imposible definir cómo penetró la idea en mi cerebro. Sin embargo, una vez adentrada allí, me acosó día y noche. Realmente no había ningún motivo para ello. El viejo nunca había hecho daño, y yo lo quería. Jamás me insultó, y su oro no me despertaba la menor codicia.

Creo que era su ojo. Si... ¡Eso era! Uno de sus ojos se parecía a los del buitre. Era de un color azul pálido, nublado por una catarata. Siempre que ese ojo se detenía sobre mí, se me congelaba la sangre. Y así, poco a poco, gradualmente, se fue apoderando de mi espíritu la obsesión de matar al anciano, y librarme para siempre de aquella mirada.

Ahora viene lo más difícil de explicar. Me creen loco, pero no pensarían así si me hubieran visto, si hubiesen podido observar con qué sabiduría, con qué precaución y cautela procedí... ¡con qué disimulo puse manos a la obra!

Jamás me comporté tan amable con él como durante la semana que precedió al asesinato. Cada noche, cerca de las doce, descorría el pestillo de su puerta y la abría muy suavemente. Cuando la tenía lo suficientemente abierta para asomar la cabeza, metía una linterna bien cerrada, para que no se filtrara ninguna claridad: luego introducía la cabeza. ¡Oh, se habrían reído viendo el esmero con que lo hacía, por miedo de turbar el sueño del viejo. No exagero al afirmar que por lo menos tardaba una hora en realizar esta maniobra, y contemplar al anciano acostado en su cama. ¿Podría haber sido tan prudente un loco?

En seguida, una vez que mi cabeza se hallaba dentro de la habitación, abría silenciosamente la linterna. ¡Oh, con qué cuidado, con qué sumo cuidado: Abría sólo lo necesario para que un rayo casi imperceptible de luz se clavara en el ojo de buitre. Hice esto durante siete noches interminables, a la misma hora, y siempre encontré el ojo cerrado. Así se fue volviendo imposible concretar mi propósito; porque no era el viejo quién me molestaba, sino aquel maldito ojo. Y todas las mañanas, cuando amanecía, entraba osadamente en su cuarto, y le conversaba valerosamente, con voz muy cordial, interesándome por saber cómo había dormido.

Comprenderán que tendría que haber sido un hombre demasiado perspicaz para sospechar que todas las noches, siempre a las doce, yo le espiaba durante su sueño.
Finalmente, en la octava noche, entreabrí la puerta con mayor sigilo que antes. La aguja de un reloj se movía más a prisa que mi mano. Jamás, como en ese minuto, pude apreciar tan bien la magnitud de mi astucia, y apenas lograba dominar mi sensación de triunfo. ¡Pensar que estaba allí, empujando muy pausadamente esa puerta, y que él ni siquiera vislumbraba mis acciones y mis pensamientos secretos!

Ante esta idea se me escapó una leve risa, y tal vez me oyó, ya que de pronto se movió en su lecho, como si fuera a despertar. Tal vez se imaginarán que me retiré de inmediato. Pues no, se equivocan, no fue así.

Su alcoba se hallaba profundamente oscura. Las ventanas estaban herméticamente cerradas por miedo a los ladrones, y las espesas tinieblas envolvían toda la estancia. Absolutamente seguro de que el anciano no podía ver nada, me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló sobre la perilla de la puerta, y el viejo se incorporó en su cama, preguntando:

—¿Quién anda ahí?
Permanecí completamente inmóvil, sin musitar una sola palabra, y durante una hora no moví un músculo. Tampoco él, en todo ese tiempo, volvió a acostarse. Continuaba sentado en la cama, alerto, haciendo lo mismo que yo había hecho en esas largas noches, oyendo deslizarse a las arañas en la pared.

De pronto oí un gemido profundo. Se trataba de un lamento de terror mortal, no de dolor o tristeza. ¡Oh, no! Era el rumor sordo y ahogado que escapa de lo más íntimo de un alma sobrecogida por el pavor. Yo conocía ese quejido. Muchas veces, precisamente en el filo de la medianoche, cuando todos dormían, lo sentía irrumpir en mi propio pecho, brotando de los terrores que me consumían.

Sabía lo que estaba experimentando el viejo, y no podía evitar una gran piedad por él, aunque también otros sentimientos colmaban mi corazón. Comprendía que su zozobra iba en aumento, y que procuraba persuadirse de que sus temores eran infundados. Posiblemente decía para sí: "No es nada... El viento en la chimenea... Un ratón que corrió por el entretecho... Algún insecto..."

Sí, debe haber intentado calmarse con estas hipótesis. Pero todo fue inútil. La muerte había pasado junto a él, y lo envolvía. Y era la influencia fúnebre de su sombra, invisible, la que lo hacía "sentir", aunque no viera ni escuchara nada, la que le permitía notar mi presencia en su habitación.

Luego de haber esperado un largo rato, me aventuré a abrir apenas la linterna. La abrí furtivamente, hasta que al fin un rayo delgado, como el hilo de una telaraña, descendió sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, íntegramente abierto, y al verlo me llené de furia. Lo vi con claridad perfecta, entero de un azul mate, y cubierto por la horrorosa nube que me helaba hasta la médula de los huesos. No podía ver nada más; ni la cara ni el cuerpo del anciano. Sólo existía aquel ojo obsesionante.

El corazón delator (2º Parte)

¿No es acaso una hiperestesia de los sentidos aquello que consideran locura? Una vibración débil, continua, llegó a mis oídos, semejante al tic-tac de un reloj forrado en algodones. Inmediatamente reconocí ese apagado golpeteo. Era el corazón del viejo que latía, y este sonido excitó mi furia, igual que el redoblar de los tambores excita el valor de un soldado. Me controlé, sin embargo, y permanecí inmóvil. Respiraba apenas, y sostenía quieta, entre las manos, la linterna. Hacía un esfuerzo por mantener el rayo de luz fijo sobre el ojo. Entre tanto, el latido infernal del corazón del anciano era por segundos más fuerte, más rápido, y..., sobre todo, más sonoro.

El pánico de aquel hombre debía ser monstruoso, y retumbaba en ese latir que crecía y crecía.
He confesado que soy nervioso, y realmente lo soy. En consecuencia, en medio de la noche y del silencio de esa antigua casa, un ruido tan extraño hizo surgir en mi un terror incontrolable. Pese a ello, todavía logré mantenerme, y luché por conservar la tranquilidad, pero la pulsación se hacía más y más audible, más violenta, y una nueva angustia se apoderaba de mí. Ese ruido, y los que iban a producirse, podrían ser escuchados por un vecino. La hora del viejo había llegado.

Con un gran alarido, abrí inesperadamente la linterna, y me precipité en la alcoba. El viejo dejó escapar un grito, un solo grito. En menos de un segundo lo derribé, dejándolo de espaldas en el suelo, y tiré la cama sobre él, aplastándolo con su peso.

Entonces sonreí, ufano, al ver tan adelantada mi obra. No obstante, el corazón aún latió, con un murmullo apagado. Pese a ello, ya no me atormentaba. No, no podía oírse nada a través de las paredes. Finalmente, cesó todo: el viejo estaba muerto. Levanté la cama, y examiné el cuerpo. Sí, estaba muerto. ¡Muerto como una piedra! Afirmé mi mano en su corazón sin advertir ningún latido. ¡ En lo sucesivo su ojo de buitre no podría atormentarme! A los que insistan en creerme loco, les advierto que su opinión se desvanecerá cuando les describa las inteligentes medidas que adopté para esconder el cadáver.

Avanzaba la noche, y yo trabajaba con prisa y en riguroso silencio. Hábilmente fui desmembrando el cuerpo. Primero corté la cabeza y después los brazos; luego, las piernas. En seguida separé unos trozos del entablado, y deposité los restos bajo el piso de madera. Terminado este trabajo, coloqué otra vez las tablas en su sitio, con tanta destreza que ningún ojo humano, ni siquiera el del viejo, podría descubrir allí algo inusual. Ni siquiera una mancha de sangre.

Cuando terminé estas operaciones eran las cuatro y estaba tan oscuro como si todavía fuese medianoche. En el momento en que el reloj señalaba la hora, llamaron a la puerta de calle. Bajé a abrir confiado, y di la bienvenida a los recién llegados. ¿Por qué no? ¿Acaso tenía algo que temer?

Los tres hombres se presentaron, gentilmente, como agentes de la policía. Un vecino había escuchado un grito en la noche, y esto lo hizo sospechar de que podía haberse cometido un homicidio, por lo cual estampó una denuncia en la Comisaría. Los agentes venían para practicar un reconocimiento.
Sonreí, ya que, repito: ¿acaso tenía algo que temer?
—El grito —les expliqué— lo lancé yo, soñando. El anciano se encuentra viajando por la comarca...

Conduje a los visitantes por toda la casa, y les sugerí que revisaran bien. Por fin, los guié hasta su cuarto. Allí les mostré sus tesoros; todo perfectamente resguardado y en orden. Entusiasmado con esa gran seguridad en mí mismo, llevé unas sillas a la habitación, y los invité a que se sentaran, mientras yo, con la desbordada audacia de mi triunfo, colocaba mi propia silla exactamente en el lugar bajo el que se ocultaba el cuerpo de la víctima.

Los agentes parecían satisfechos. Mi actitud les convencía, y hablaron de temas familiares, a los que respondí jovialmente. No obstante, pasado un rato, me di cuenta de que palidecía, y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y sentía que mis oídos zumbaban. Sin embargo, ellos continuaban sentados, y proseguían la charla. Entonces el zumbido se hizo más nítido y rítmico, volviéndose cada vez más perceptible. Comencé a hablar atropelladamente, para liberarme de esa angustiante sensación. Pero ésta persistió, reiterándose de un modo tal, que no tardé en descubrir que el ruido no nacía en mis oídos.


Sin duda palidecí más, y seguí hablando sin tino, alzando mi voz, tratando de apagar aquel sonido que aumentaba, "aquella vibración semejante al tic-tac de un reloj envuelto en algodones". Principié a respirar con dificultad, aunque los agentes aún no escuchaban nada, e hilvané frases apresuradas, con mayor vehemencia. El tic-tac se elevaba, acompasado. Me levanté y discutí tonterías, con tono estridente, haciendo grotescas gesticulaciones. ¡Todo era inútil! ¡El latido crecía, crecía más. ¿Por qué ellos no querían marcharse? Comencé a caminar de un lado a otro por la habitación, pesadamente, a grandes pasos. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer? Echaba espumarajos, desvariaba. Volvía a sentarme y movía la silla, haciéndola resonar sobre el suelo. Pero el latido lo dominaba todo, y se agigantaba indefinidamente.

Los hombres continuaban conversando, bromeando, riendo. ¿Sería posible que no oyeran? ¿Dios Todopoderoso, sería posible? ¡No, no! ¡Ellos oían... sospechaban! ¡Sabían! ¡Sí, sabían, y se estaban divirtiendo con mi terror! Así lo creí, y lo creo ahora. Y había algo peor que aquella agonía, algo más insoportable que esa burla. ¡Ya no podía tolerar por más tiempo sus hipócritas sonrisas, y me di cuenta de que era preciso gritar o morir, porque entonces...! ¡Préstenme atención, por favor!

—¡Miserables! —exclamé—. ¡No disimulen más! ¡Lo confieso todo! ¡Arranquen estas tablas! ¡Aquí, está aquí! ¡Es el latido de su implacable corazón!

viernes, 6 de abril de 2012

Nostalgia

Nada más verla, me inunda su mirada transparente y llena de sentimientos. Le acaricio, suave terciopelo, sus manos tan hermosas también rozan mi cuerpo. Su pelo dorado largo, me da calor al igual que los más radiantes rayos del sol. Le rodeo su cintura, haciéndola presa en mis garras. Dejando claro que no quiero que se marche de mi lado. Percibo su aroma clavada en mí, la esencia del azahar, su huella se apodera de toda mi alcoba. Solo sintiéndola a ella. Sus labios, ¡qué puedo decir!, tiernos y carnosos que desde ese primer beso vivo prendido de ellos.
Y tú, Lucifer, te apoderaste de todo eso.

miércoles, 4 de abril de 2012

Sentidos

Escuchar como bailan las olas del mar con el reflejo de la luna llena. Respirar ese perfume de las sirenas, invadiendo el corazón de cualquier marinero. Ver en el horizonte como va encendiéndose cada estrella en un cielo tan negro. Cantar esa canción donde antiguamente solo los piratas se atrevían entonar, y sentir lo que verdaderamente es la pura libertad.


martes, 3 de abril de 2012

Esperanza

Se despierta, luz del alba
y no se asoma por mi ventana.
Oscuro está todo mi ser
por palabras desgraciadas.

En aquel lugar, reina el silencio
donde un día el amor fue dueño.
Ahora un río grita tu nombre.
Quiere que vuelvas conmigo,
que vuelva a ser como antes.

Sueños que se derrumbaron,
una vela encendida todavía.
La esperanza que no me robaron,
de poder amarte algún día.

lunes, 2 de abril de 2012

Lunes Santo

Hoy, Lunes santo, para mi uno de los días más especiales. En mi tierra Málaga, sale por las calles a pasear nuestro señor Cautivo y la Virgen de la trinidad. Aquí le dejo una de las Saetas que más me gusta, a ellos va dedica. Esta noche tengo una cita anual y espero que estos nubarrones, que hoy visten nuestro cielo, no les den por jugar. 

La saeta, Antonio Machado


¡Oh, la saeta, el cantar 
al Cristo de los gitanos, 
siempre con sangre en las manos, 
siempre por desenclavar! 
¡Cantar del pueblo andaluz, 
que todas las primaveras 
anda pidiendo escaleras 
para subir a la cruz! 
¡Cantar de la tierra mía, 
que echa flores al Jesús de la agonía, 
y es la fe de mis mayores! 
¡Oh, no eres tú mi cantar! 
¡No puedo cantar, ni quiero 
a ese Jesús del madero, 
sino al que anduvo en el mar!


domingo, 1 de abril de 2012

Vacío


Solo siento frío que alivia mi dolor,
nada me queda para seguir por este camino.
Lo que hubo alrededor, se ha desvanecido.
Pájaros mudos, el árbol que tubo resplandor...
donde antes había vida ahora solo queda destrucción.
El rey absoluto dejo de lucir sus hábitos
ahora, reina oscuridad, dueña y señora de todo este tranquilo lugar.