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sábado, 15 de marzo de 2014

Sed feliz

Queridos amigos y amigas. No hay ni un solo día que el sol deje de brillar. Aunque haya tormentas en invierno y aparentemente las nubes le cubran, al rato, o a los días e incluso pasando varias semanas, dichas nubes se esfuman y dejan al astro rey relucir hasta con más fuerza. 
Así que, si tenemos un día gris, no nos alarmemos. Los contratiempos, tarde o temprano, también tienen su fin. Y cuando esto ocurra, no olvidemos después deslumbrar con nuestra mayor sonrisa. Sed feliz. 



miércoles, 2 de enero de 2013

¿Lo mejor del 2012?

No quiero hacer una "reflexión" del año 2012, porque al final sé que todo sigue igual. Pero mi mente maquiavélica por cojones se salió con la suya. 
Escuchando música, relajada y tirada en la cama de repente, una vocecilla muy familiar interrumpe la canción con esa pregunta típica que se hace todo el mundo, cuando se termina el año.  

- Oye Vero, si tuvieras que elegir, ¿Qué sería lo mejor que te ha pasado este año?  

- Vaya, tuvo que joder la canción de Korn la maldita conciencia. Con lo tranquila que estoy a mi royo... 

Me siento en el filo de la cama, miro a mi alrededor y veo los peluches, el armario, la estantería llena de libros y películas, el escritorio... lo que decía, todo sigue igual, no ha cambiado nada. Pero, en la estantería si que hay algo nuevo. Nuestra fotografía. 
Al instante, los recuerdos de esos días de vacaciones que cogí para ir a verle, pasan como diapositivas ante mis ojos apunto de estallar por las lágrimas, pero sin dejar de sonreír. 
Reconstruyo en mi mente; cuando nos abrazamos y me susurra al oído 'te quiero', los largos paseos por la noche con el frío invierno, esa mirada donde me encanta perderme, los dos juntos sentados en el sofá con el calor del brasero y el de sus besos... 
Me acerco a coger el cuadro y acaricio nuestro retrato como si de su piel se tratara, suavemente. No puedo evitar emocionarme al vernos juntos y preguntar cuándo volveremos a estarlo de nuevo. 

- Creo que está claro qué ha sido lo mejor para mi. 




lunes, 11 de junio de 2012

Ya duerme tranquila

Esa luz que brilla dentro de la inmensa oscuridad, figura blanca, resplandece con esa belleza que le caracteriza. Quedó solo de ella su llanto agonizando de dolor. 
Mendiga por esas calles tan estrechas. Subasta su pureza al mejor postor, y días tras días se oyen esos gritos de angustia disfrazados en orgasmos. 
La vi sentada en el suelo. Su pelo oscuro es quien esconde esa mirada tan inofensiva. Mis manos apartó su melena sin nada que decir, pues del primer momento embrujó mi corazón. Temblorosa por el miedo, muchos años de castigos cobrados y yo con un solo propósito. 
Agarré sus manos con todas mis fuerzas, le abracé como nunca hice y cerró los ojos; ya duerme tranquila.


lunes, 21 de mayo de 2012

Suspiro

Tenerla tan cerca pero sentirla demasiado lejos. Desear por solo un instante el saborear ese caramelo en sus labios y con mis manos acariciar su piel de terciopelo. Arroparme en sus cabellos, perderme en ellos. Percibir su aroma y de golpe abrir las puertas de lo anhelo. Suspiro por rodearme a su cintura. Suspiro porque al mirarla a los ojos quisiera saber si siente lo mismo. Suspiro por ese beso... 
Ojalá querida amiga, algún día reúna ese valor para decirte que te amo. No quiero que todo esto quede en un simple sueño. 

viernes, 4 de mayo de 2012

Añoranza

Sigue sentada en ese mismo banco donde un día la vio por primera vez. Su mirada perdida en la añoranza y un reloj que ya no marca las horas. Un ir y venir de gente por su vera, una brisa ligera le regala el aroma de su amada. 

El paso de los años hacen que los tiempos cambien. Donde antes ni podían pasear junto al mar, solo siendo cómplice de su idilio la luna, ahora presentes al mundo se besaban con tanta pasión   que ni la mayor historia de amor podrían envidiarlas.

Una leve lágrima que lleva su tristeza, la deja caer por sus mejillas. Antes era un beso tan puro el que dejaba que rozara su rostro y marcara para siempre su piel. Aún siente como le agarra de la mano tan fuerte y esa mirada que le decía "aquí estoy yo, contigo" envolviéndola de tanta felicidad sin ni siquiera tener que decirle te quiero. 

Levanta la mirada al cielo, dejándose llevar por el viento que acaricia su pálido pelo, gritó con toda sus fuerzas: "Espérame amor mio que ya queda poco tiempo para vivir eternamente en nuestro pequeño paraíso". 


miércoles, 25 de abril de 2012

"El tamaño no importa, léelo"


¿Cuál es el motivo de este post? muy sencillo.

He presentado a concurso un de mis microrrelatos, se titula "Recuerdos" así que os pido, amigos míos, que pinchéis en el link de abajo y con un solo clic podéis votar mi relato. Se puede hacer esta misma operación dando un voto por día y hasta el 30 de Abril.
Solo me queda decir: ¡Muchas gracias a los que me hayáis votado y lo más importante, por vuestro apoyo!

¡Ahhh, que se me olvida!... disfrutarlo ;)

martes, 24 de abril de 2012

23 de Abril

Ayer, con el motivo del día del libro, se organizó en Benalmádena una actividad que lo nombraron “Día Internacional del Libro. Escritores/as con voz” donde me invitaron a participar con mi relato "Un día como otro cualquiera" para exponerlo y luego me formularon algunas preguntas sobre ello. 



A parte de eso, también se leyeron y comentamos otros relatos como el de mi compañera Mercedes Martín, “Operación Water”, que la verdad me gustó mucho. Supo darle a una historia que empieza un poco trágica ese toque divertido y plasmar que si se habla las cosas con anterioridad se podría evitar casos como el que ella nos cuenta. 


Ignacio López con su relato “La donna è mobile”. Me encantó, sencillamente, vi reflejado la venganza y el amor en diferentes personajes que a su vez se parecen más de lo que piensan. 


¿Y qué decir del “Sólo un día más” de Elena Benítez? fue magnífica la expectación que tuvo y la repercusión, ya que transmitía el día a día de una mujer cuyo "príncipe azul" solo se queda en rana y cuando se va a la cama, va en calzoncillos sin ni si quiera quitarse los calcetines. Podéis imaginaros como acabó ese pequeño debate. 

Para concluir, pasé una tarde maravillosa, conocí a mucha gente y volví a ver a esas personas que hacia mucho tiempo no veía haciéndome tanta ilusión de verles de nuevo. 


Antes de terminar, tengo que darles las gracias a Laura Martel, Sandra Ruiz, Isabel González, Carlos Martín, María de los Ángeles y Manuel (mis padres) que estuvieron ayer conmigo y que sin ellos no hubiera sido lo mismo. ¡Gracias de todo corazón!


Con Laura Martel y Sandra Ruiz

martes, 10 de abril de 2012

El corazón delator (1º Parte)

Unos de los relatos más fascinante de Edgar Allan Poe, "El corazón delator" simplemente puedo decir que lo disfruten... mientras puedan.




¡Es verdad! Soy muy nervioso, extraordinariamente nervioso. Lo he sido siempre. ¿Pero por qué dicen que estoy loco? La enfermedad ha aguzado mis sentidos en vez de destruirlos o embotarlos. De todos ellos el más fino es el oído. Yo he escuchado todas las cosas del cielo y de la tierra, y no pocas del infierno. ¿cómo, entonces, puedo estar loco? Observen con qué serenidad, con qué calma, voy a contarles esta historia.

Es imposible definir cómo penetró la idea en mi cerebro. Sin embargo, una vez adentrada allí, me acosó día y noche. Realmente no había ningún motivo para ello. El viejo nunca había hecho daño, y yo lo quería. Jamás me insultó, y su oro no me despertaba la menor codicia.

Creo que era su ojo. Si... ¡Eso era! Uno de sus ojos se parecía a los del buitre. Era de un color azul pálido, nublado por una catarata. Siempre que ese ojo se detenía sobre mí, se me congelaba la sangre. Y así, poco a poco, gradualmente, se fue apoderando de mi espíritu la obsesión de matar al anciano, y librarme para siempre de aquella mirada.

Ahora viene lo más difícil de explicar. Me creen loco, pero no pensarían así si me hubieran visto, si hubiesen podido observar con qué sabiduría, con qué precaución y cautela procedí... ¡con qué disimulo puse manos a la obra!

Jamás me comporté tan amable con él como durante la semana que precedió al asesinato. Cada noche, cerca de las doce, descorría el pestillo de su puerta y la abría muy suavemente. Cuando la tenía lo suficientemente abierta para asomar la cabeza, metía una linterna bien cerrada, para que no se filtrara ninguna claridad: luego introducía la cabeza. ¡Oh, se habrían reído viendo el esmero con que lo hacía, por miedo de turbar el sueño del viejo. No exagero al afirmar que por lo menos tardaba una hora en realizar esta maniobra, y contemplar al anciano acostado en su cama. ¿Podría haber sido tan prudente un loco?

En seguida, una vez que mi cabeza se hallaba dentro de la habitación, abría silenciosamente la linterna. ¡Oh, con qué cuidado, con qué sumo cuidado: Abría sólo lo necesario para que un rayo casi imperceptible de luz se clavara en el ojo de buitre. Hice esto durante siete noches interminables, a la misma hora, y siempre encontré el ojo cerrado. Así se fue volviendo imposible concretar mi propósito; porque no era el viejo quién me molestaba, sino aquel maldito ojo. Y todas las mañanas, cuando amanecía, entraba osadamente en su cuarto, y le conversaba valerosamente, con voz muy cordial, interesándome por saber cómo había dormido.

Comprenderán que tendría que haber sido un hombre demasiado perspicaz para sospechar que todas las noches, siempre a las doce, yo le espiaba durante su sueño.
Finalmente, en la octava noche, entreabrí la puerta con mayor sigilo que antes. La aguja de un reloj se movía más a prisa que mi mano. Jamás, como en ese minuto, pude apreciar tan bien la magnitud de mi astucia, y apenas lograba dominar mi sensación de triunfo. ¡Pensar que estaba allí, empujando muy pausadamente esa puerta, y que él ni siquiera vislumbraba mis acciones y mis pensamientos secretos!

Ante esta idea se me escapó una leve risa, y tal vez me oyó, ya que de pronto se movió en su lecho, como si fuera a despertar. Tal vez se imaginarán que me retiré de inmediato. Pues no, se equivocan, no fue así.

Su alcoba se hallaba profundamente oscura. Las ventanas estaban herméticamente cerradas por miedo a los ladrones, y las espesas tinieblas envolvían toda la estancia. Absolutamente seguro de que el anciano no podía ver nada, me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló sobre la perilla de la puerta, y el viejo se incorporó en su cama, preguntando:

—¿Quién anda ahí?
Permanecí completamente inmóvil, sin musitar una sola palabra, y durante una hora no moví un músculo. Tampoco él, en todo ese tiempo, volvió a acostarse. Continuaba sentado en la cama, alerto, haciendo lo mismo que yo había hecho en esas largas noches, oyendo deslizarse a las arañas en la pared.

De pronto oí un gemido profundo. Se trataba de un lamento de terror mortal, no de dolor o tristeza. ¡Oh, no! Era el rumor sordo y ahogado que escapa de lo más íntimo de un alma sobrecogida por el pavor. Yo conocía ese quejido. Muchas veces, precisamente en el filo de la medianoche, cuando todos dormían, lo sentía irrumpir en mi propio pecho, brotando de los terrores que me consumían.

Sabía lo que estaba experimentando el viejo, y no podía evitar una gran piedad por él, aunque también otros sentimientos colmaban mi corazón. Comprendía que su zozobra iba en aumento, y que procuraba persuadirse de que sus temores eran infundados. Posiblemente decía para sí: "No es nada... El viento en la chimenea... Un ratón que corrió por el entretecho... Algún insecto..."

Sí, debe haber intentado calmarse con estas hipótesis. Pero todo fue inútil. La muerte había pasado junto a él, y lo envolvía. Y era la influencia fúnebre de su sombra, invisible, la que lo hacía "sentir", aunque no viera ni escuchara nada, la que le permitía notar mi presencia en su habitación.

Luego de haber esperado un largo rato, me aventuré a abrir apenas la linterna. La abrí furtivamente, hasta que al fin un rayo delgado, como el hilo de una telaraña, descendió sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, íntegramente abierto, y al verlo me llené de furia. Lo vi con claridad perfecta, entero de un azul mate, y cubierto por la horrorosa nube que me helaba hasta la médula de los huesos. No podía ver nada más; ni la cara ni el cuerpo del anciano. Sólo existía aquel ojo obsesionante.

El corazón delator (2º Parte)

¿No es acaso una hiperestesia de los sentidos aquello que consideran locura? Una vibración débil, continua, llegó a mis oídos, semejante al tic-tac de un reloj forrado en algodones. Inmediatamente reconocí ese apagado golpeteo. Era el corazón del viejo que latía, y este sonido excitó mi furia, igual que el redoblar de los tambores excita el valor de un soldado. Me controlé, sin embargo, y permanecí inmóvil. Respiraba apenas, y sostenía quieta, entre las manos, la linterna. Hacía un esfuerzo por mantener el rayo de luz fijo sobre el ojo. Entre tanto, el latido infernal del corazón del anciano era por segundos más fuerte, más rápido, y..., sobre todo, más sonoro.

El pánico de aquel hombre debía ser monstruoso, y retumbaba en ese latir que crecía y crecía.
He confesado que soy nervioso, y realmente lo soy. En consecuencia, en medio de la noche y del silencio de esa antigua casa, un ruido tan extraño hizo surgir en mi un terror incontrolable. Pese a ello, todavía logré mantenerme, y luché por conservar la tranquilidad, pero la pulsación se hacía más y más audible, más violenta, y una nueva angustia se apoderaba de mí. Ese ruido, y los que iban a producirse, podrían ser escuchados por un vecino. La hora del viejo había llegado.

Con un gran alarido, abrí inesperadamente la linterna, y me precipité en la alcoba. El viejo dejó escapar un grito, un solo grito. En menos de un segundo lo derribé, dejándolo de espaldas en el suelo, y tiré la cama sobre él, aplastándolo con su peso.

Entonces sonreí, ufano, al ver tan adelantada mi obra. No obstante, el corazón aún latió, con un murmullo apagado. Pese a ello, ya no me atormentaba. No, no podía oírse nada a través de las paredes. Finalmente, cesó todo: el viejo estaba muerto. Levanté la cama, y examiné el cuerpo. Sí, estaba muerto. ¡Muerto como una piedra! Afirmé mi mano en su corazón sin advertir ningún latido. ¡ En lo sucesivo su ojo de buitre no podría atormentarme! A los que insistan en creerme loco, les advierto que su opinión se desvanecerá cuando les describa las inteligentes medidas que adopté para esconder el cadáver.

Avanzaba la noche, y yo trabajaba con prisa y en riguroso silencio. Hábilmente fui desmembrando el cuerpo. Primero corté la cabeza y después los brazos; luego, las piernas. En seguida separé unos trozos del entablado, y deposité los restos bajo el piso de madera. Terminado este trabajo, coloqué otra vez las tablas en su sitio, con tanta destreza que ningún ojo humano, ni siquiera el del viejo, podría descubrir allí algo inusual. Ni siquiera una mancha de sangre.

Cuando terminé estas operaciones eran las cuatro y estaba tan oscuro como si todavía fuese medianoche. En el momento en que el reloj señalaba la hora, llamaron a la puerta de calle. Bajé a abrir confiado, y di la bienvenida a los recién llegados. ¿Por qué no? ¿Acaso tenía algo que temer?

Los tres hombres se presentaron, gentilmente, como agentes de la policía. Un vecino había escuchado un grito en la noche, y esto lo hizo sospechar de que podía haberse cometido un homicidio, por lo cual estampó una denuncia en la Comisaría. Los agentes venían para practicar un reconocimiento.
Sonreí, ya que, repito: ¿acaso tenía algo que temer?
—El grito —les expliqué— lo lancé yo, soñando. El anciano se encuentra viajando por la comarca...

Conduje a los visitantes por toda la casa, y les sugerí que revisaran bien. Por fin, los guié hasta su cuarto. Allí les mostré sus tesoros; todo perfectamente resguardado y en orden. Entusiasmado con esa gran seguridad en mí mismo, llevé unas sillas a la habitación, y los invité a que se sentaran, mientras yo, con la desbordada audacia de mi triunfo, colocaba mi propia silla exactamente en el lugar bajo el que se ocultaba el cuerpo de la víctima.

Los agentes parecían satisfechos. Mi actitud les convencía, y hablaron de temas familiares, a los que respondí jovialmente. No obstante, pasado un rato, me di cuenta de que palidecía, y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y sentía que mis oídos zumbaban. Sin embargo, ellos continuaban sentados, y proseguían la charla. Entonces el zumbido se hizo más nítido y rítmico, volviéndose cada vez más perceptible. Comencé a hablar atropelladamente, para liberarme de esa angustiante sensación. Pero ésta persistió, reiterándose de un modo tal, que no tardé en descubrir que el ruido no nacía en mis oídos.


Sin duda palidecí más, y seguí hablando sin tino, alzando mi voz, tratando de apagar aquel sonido que aumentaba, "aquella vibración semejante al tic-tac de un reloj envuelto en algodones". Principié a respirar con dificultad, aunque los agentes aún no escuchaban nada, e hilvané frases apresuradas, con mayor vehemencia. El tic-tac se elevaba, acompasado. Me levanté y discutí tonterías, con tono estridente, haciendo grotescas gesticulaciones. ¡Todo era inútil! ¡El latido crecía, crecía más. ¿Por qué ellos no querían marcharse? Comencé a caminar de un lado a otro por la habitación, pesadamente, a grandes pasos. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer? Echaba espumarajos, desvariaba. Volvía a sentarme y movía la silla, haciéndola resonar sobre el suelo. Pero el latido lo dominaba todo, y se agigantaba indefinidamente.

Los hombres continuaban conversando, bromeando, riendo. ¿Sería posible que no oyeran? ¿Dios Todopoderoso, sería posible? ¡No, no! ¡Ellos oían... sospechaban! ¡Sabían! ¡Sí, sabían, y se estaban divirtiendo con mi terror! Así lo creí, y lo creo ahora. Y había algo peor que aquella agonía, algo más insoportable que esa burla. ¡Ya no podía tolerar por más tiempo sus hipócritas sonrisas, y me di cuenta de que era preciso gritar o morir, porque entonces...! ¡Préstenme atención, por favor!

—¡Miserables! —exclamé—. ¡No disimulen más! ¡Lo confieso todo! ¡Arranquen estas tablas! ¡Aquí, está aquí! ¡Es el latido de su implacable corazón!

martes, 3 de abril de 2012

Esperanza

Se despierta, luz del alba
y no se asoma por mi ventana.
Oscuro está todo mi ser
por palabras desgraciadas.

En aquel lugar, reina el silencio
donde un día el amor fue dueño.
Ahora un río grita tu nombre.
Quiere que vuelvas conmigo,
que vuelva a ser como antes.

Sueños que se derrumbaron,
una vela encendida todavía.
La esperanza que no me robaron,
de poder amarte algún día.

lunes, 2 de abril de 2012

Lunes Santo

Hoy, Lunes santo, para mi uno de los días más especiales. En mi tierra Málaga, sale por las calles a pasear nuestro señor Cautivo y la Virgen de la trinidad. Aquí le dejo una de las Saetas que más me gusta, a ellos va dedica. Esta noche tengo una cita anual y espero que estos nubarrones, que hoy visten nuestro cielo, no les den por jugar. 

La saeta, Antonio Machado


¡Oh, la saeta, el cantar 
al Cristo de los gitanos, 
siempre con sangre en las manos, 
siempre por desenclavar! 
¡Cantar del pueblo andaluz, 
que todas las primaveras 
anda pidiendo escaleras 
para subir a la cruz! 
¡Cantar de la tierra mía, 
que echa flores al Jesús de la agonía, 
y es la fe de mis mayores! 
¡Oh, no eres tú mi cantar! 
¡No puedo cantar, ni quiero 
a ese Jesús del madero, 
sino al que anduvo en el mar!


viernes, 30 de marzo de 2012

El monte de las ánimas - Bécquer

Hoy quiero compartir con ustedes una de mis leyendas favoritas, "El monte de las ánimas" de Gustavo Adolfo Bécquer. Que disfruten de su lectura.





La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas; su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada, la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice. Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi balcón, estremecidos por el aire frío de la noche. Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.

I



-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.

-¡Tan pronto!

-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible. Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.

-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?

-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia. Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante distancia.

Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida historia:

-Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido defenderla como solos la conquistaron.

Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos.

Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos, situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse.

Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que cierre la noche.


La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.




II 

Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las ojivas del salón.

Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las azules pupilas de Beatriz. Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.

Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.

-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán de tu lejano señorío.

Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.

-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido -se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?

-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las manos vacías.

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:

-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?

Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar la joya, sin añadir una palabra. Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de las campanas. Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de este modo:

-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.

-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?

-Sí.


-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un recuerdo.


-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.

-No sé.... en el monte acaso.

-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre el sitial-; en el Monte de las Ánimas!

Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:


-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión, imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!, cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando chispas de mil colores:

-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de lobos!

Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar entreteniéndose en revolver el fuego:

-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.

-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.

A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía, que se desvaneció por último. Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a lo lejos.

III

Había pasado una hora, dos, tres; la media noche estaba a punto de sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en menos de una hora pudiera haberlo hecho.

-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya no existen.

Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso. Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos. Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.

-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo prolongado y estridente.

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten, estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.

Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.

-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes, cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de aparecidos?

Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.

El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor, entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la banda azul que fue a buscar Alonso.

Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada, asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta; ¡muerta de horror!


IV



Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas alrededor de la tumba de Alonso.

viernes, 23 de marzo de 2012

En el silencio


Otro día igual, la misma hora... el mismo sitio... pero aun así todo es tan diferente. Sigue con su vida, trabajando, los amigos, problemas... sonríe y finge ser feliz dando al mundo una imagen que no es. ¿Por qué? ni ella misma lo sabe. Creo que todo fue por aquel muchacho. Desde que se fue todo cambió, las alegrías son penas, antes una sonrisa y ahora un llanto... se está haciendo daño. Nadie imagina que pensamientos rondan por su cabecita y me da lástima verla así.Canta melodías que un sordo podría escuchar y un mudo cantaría, notas acompañadas por una letra que es pura poesía. La conocía de antes pero ha sido este verano cuando empezamos hablar un poco más.
Para mi era la mejor de todas. Siempre tenía algo con lo que te sacaba una pequeña sonrisa, me encantaba cuando me decía "quiero vivir eternamente para pasar mis días contigo". Me llenaban esas palabras, cuando me derrumbo una brisa me susurraba aquella frase y seguía adelante. Le debo tanto que mi vida no es suficiente. Pero hay algo que me impide demostrarle cuáles son mis verdaderos sentimientos. Llora por otro amor. ¿Qué novedad verdad? ¿Cuántas veces os ha pasado que la chica que quieres ver por las mañanas cuando te levantes se enamore de una persona y no eres tú?
Trabajábamos juntos, pero en lugares distintos. En los descansos venía a visitarme en cambio yo sólo fui una vez a verla. También conocí a Saúl, hablamos y nos hicimos buenos amigos. Desde aquel momento maldigo cuando se lo presenté. Encendieron una llama muy difícil de apagar. Sólo recordarlos los celos invaden mi cuerpo, no puedo soportar la presión que siento en mi pecho. Es tal el cariño que le tengo, sólo me conformo con verla radiante aunque tenga a otro en su mente.
No se puede luchar contra un amor que no te corresponde. Amaba a quien no debía amar y luchaba por conseguirlo pero el corazón de Saúl estaba ocupado. Su rostro empapado en lágrimas, cada una de sus gotas escribían el nombre de aquel muchacho, yo sólo le entregaba mi hombro.
El tiempo pasa. Se muestra tan natural, como si no le pasara nada. Su alma se desvanecía y pudría todo a su paso. Cada mirada, cada gesto, cada palabra, cada canción que escuchaba... tenía un significado y no entendía. ¿Realmente se quieren? Decía tener dudas pués el nunca le confirmó lo que sentía. De las ilusiones se vive y a la vez tienes que ser realista en estos temas. Puede que te quiera pero está con otra persona. Palabras envenenadas clavadas en lo más profundo y tan sinceras... tuve que decírselo.
"Razón tienes y tonta soy. Hasta las flores más bellas son de las que más daño hacen"
Llegó la hora. Saúl no iba a volver más. El mínimo recuerdo se queda en ella. Me siento tan egoísta. Sólo quiero sentir que sólo me ama a mí, poder besarle, regalarle una caricia, decirle al oido te quiero. No quiere y nadie sabe que sufre. No es la misma de antes. La melancolía ha invadido su ser, nada puede ocupar su lugar. "Ya no está. He perdido mi mundo". Se siente sola rodeada de todos los que están a su lado. Y en el mismo lugar, a la misma hora alza su mirada desea encontrarse con la suya, ya no hay nada...
Todos los días así, viendo como espera volver a verle, con ganas de abrazarle y en unos instantes sentirse suya.
¿Y yo? Soy el más idiota por no hablarlo, callarme como el más cobarde. Teniendo la impotencia de querer ayudarla pero... no... prefiero estar así, a perderla y no volverme más loco por ella.
Paso todos los días por donde está. Me regala una sonrisa, no la noto sincera. Nos miramos y el silencio manda. No sale de nuestras bocas ninguna palabra pero pienso, en qué piensa y piensa, qué estará pensando... Se confunde, ni ella se conoce, Desde lo del muchacho ha cambiado y nadie se ha dado cuenta de su tristeza. Un buen día, como otro cualquiera, estoy decidido a confesarle mi mayor secreto. La busco por todas partes pero... no la encuentro. Mis nervios a flor de piel, la angustia se apoderó de mí, la tranquilidad llena mí ser.
A lo lejos, una voz muy dulce y cristalina gritaba mi nombre. Corriendo voy a su encuentro desesperado, sin aliento. Veo al fondo una figura, vestido blanco tan hermoso, me dió fuerzas y ganas de llegar a su lado. Era la mujer que buscaba. Estaba pálida, con lágrimas en los ojos con un llanto que aún se me clava en mis oidos. "Nada tiene sentido ¿Por qué tengo que sufrir tanto? ¿Qué he hecho para estar así? Gracias por estar tú aquí".
En un abrazo nos fundimos, notaba como su calor prendía mi cuerpo y no tuve el valor para decirle lo que siento.
Otro día que pasa. Ves cómo la gente se divierte, cómo rien, cómo disfrutan de todo lo que tienen. Ves a la persona hundida, destruída sin poder cambiar nada de lo que ha pasado, volver atrás contarle desde el principio que la quieres, sólo poder estar con ella y vivir la vida que nos merecemos. Pero las cosas que pasan, pasan por algo y no se pueden cambiar. Se marchita la flor más bella de este inmenso jardín. Cada paso que da, es una paso menos en su vida, su aliento se va apagando, su mirada ya no deslumbra, se va ahogando en sus propias penas y se hunde en un mar lleno de desesperanzas.Lo que tenía que pasar... pasó. Una compañera me dio una carta, "tranquilo... ya nada puede ser peor, lo siento". No pude reaccionar, con rapidez abrí esa dichosa carta.

"Cada frase que se dice, sea o no sea, tiene un significado y a veces se confunden porque tu las crees debido a la persona que te las trasmite. Son tantas cosas que tengo ahora en mente... y ninguna se va hacer. Se dice mucho, demasiado diría yo, pero en verdad no dices ni haces nada al respecto. Que duro es vivir una vida intentando aparentar otra cosa, callarte lo que sientes y esperar...
No se lo que voy hacer, tengo tantas ganas de coger y besarte, abrazarte, amarte... te veo, no puedo contenerme ese gran deseo de estar contigo. En verdad no me encuentro bien. Estoy fatal de ánimos y todo, un quiero pero no puedo, algo raro que se funde en mí que no me deja respirar. Joder, siento una presión en mi pecho. ¿Qué coño me pasa? ¿Mi vida se apaga al igual que se gasta la tinta de este bolígrafo? Cuánto te necesito, te extraño, te quiero...
Pero es imposible, nada me sale bien, siempre meto la pata y no salgo de una cuando me meto en otra. Yo que sé, no se si es porque mi vida es así, porque no sé comprenderme, no sé lo que quiero... ¿Qué voy hacer de mí? ¿Qué quiero realmente? Se lo pregunto todos los días a no sé quien, nadie me escucha todos a su bola y a mí que me jodan.
Es lo que me toca, aguantar, callar y todo lo demás... no me queda otra alternativa. A quien lea esto, si alguien lo lee algún día, que no se extrañe de lo que cuento, de lo que diga, de lo que pone. Son mis más sinceros sentimientos que estoy harta de guardármelos. Ya no puedo más".

Esas palabras se repetían cada una de ellas en mi cabeza, todas atraviesan mi corazón dejándolo destrozado al igual se rompe una hoja de papel. Ahora todo se acabó. ¿Por qué he sido tan estúpido? Tirado en el suelo, desvanecido, con esta impotencia. Me quedo solo rodeado de todos los que me quieren... Cerrando los ojos, intento verla feliz. Con esa sonrisa que enamora hasta el mismo diablo y con muchas ganas de vivir. Ya no está aquí, dejando una huella imborrable, sigo esperándola por siempre. Ahora ¿Qué me queda? nada, todo lo que quería se me escapó. Han pasado más de quince años desde que se marchó de este mundo. Malditos quince años sólo con su recuerdo en mi memoria y todo por estar callado, por no confesarle de que aún la amo.
Otra vez, estoy aquí. En el mismo lugar, la misma hora, la misma gente... viendo en ellos a la chica que un día conocí y amé en silencio. Imagínate que la persona que quieres ver nada más que te levantes de la cama, esa persona que hace que los días sean eternos cuando no estás con ella, a esa persona que te levanta con un beso y te susurra un te quiero, imagínate que por no decir nada a esa persona se va... para siempre. Aún así todo parece igual y a la vez es tan diferente... ya no está, mi mundo se ha ido.

Eres tu


Aquel, que hace que mis días sean muy largos y todo al mi alrededor desaparezca.
Aquel, que tanto deseo y amo, siempre metido en mi cabeza.

A el, que le debo tanto y no es suficiente toda una vida.
A el, que significa mucho aunque nunca se lo diga.

A ti, por tener que aguantarme todos los días.
A ti, por saberme valorarme como soy.

Tu, eres lo mejor que tengo.
Tu, lo que más quiero.