viernes, 4 de octubre de 2019

El que habita debajo de su cama

Estuve deseando aquel momento todo el día; en el que se tumbó en la cama. En el que puso en su móvil las canciones de siempre para poder dormir. El momento en que apagó la luz, y no precisamente la de su lámpara. 
Como todas la noches salí de mi escondrijo. En silencio me coloqué a sus pies. No quise asustar, ni atemorizar, no en ese instante. Pude ver su pecho bajando y subiendo tranquilamente, pero algo en mí me decía que esa falsa serenidad fue fruto del cansancio. Sus hermosas ojeras eran muy chivatas. 
De pronto una vuelta. En seguida otra. Y sin que el tiempo pasase volvió a rodar por las sábanas desechas. Apareció el llanto. De sus ojos nació la lluvia y de su boca la tormenta; por ahí salieron abundantes rayos y truenos. Toda tempestad entre cuatro paredes. 
Así demasiadas noches. Demasiados días. Demasiado tiempo.
Y a mí, no sé por qué, de nuevo se me encogió algo que llevaré por dentro.
Entonces me coloqué a su lado, acaricié su pelo mientras sollozaba en la almohada, hasta que por fin le venció el maldito sueño. Arropé su cuerpo yacente. 
Pues, ¿qué más podría hacer?
Solamente soy su monstruo, el que habita debajo de su cama y quien ahora se asusta al verle. 




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