Susurros al oído mientras estaba sentada en esa maldita silla y con una venda puesta, la que él escogió para mí. Endulzaba con buenas palabras mi alma pero no se dio cuenta que ya no me hacía efecto. Dejé de sentir. Porque hubo un tiempo que podía engañarme, sí, pero ya no. El impulso de quitarme la venda que llevaba en los ojos hizo que descubriera la verdad, que nunca estuvo conmigo. Esta ansiada libertad era lo único que tenía enfrente de mí y yo sin saberlo.