Se oyó a lo lejos uno de sus gritos desgarradores, es lo único que rompía la paz sepulcral de aquel bosque. Eso hizo que los cuervos se atemorizaran y se pusieron rumbo hacia un lugar seguro, atormentando así a los demás animales en esa noche tan oscura. Se volvió a escuchar su voz entre los árboles, era el viento quién la guiaba quebrada entre sus ramas pidiendo que por favor la dejase vivir. Entre lágrimas imploraba, entre el pánico que sentía no respiraba, hasta que ya quedó de nuevo el silencio. Algo nuevo se formó en aquél lugar; el nacimiento de un río de sangre, la de aquella joven, desde su largo cuello hasta las hojas caídas de los árboles donde permanecía tendido su débil cuerpo. Si antes su pelo brillaba con los rayos del sol, ahora es la luna quien ilumina blanca su melena. Su piel ya no es delicada, suave... es áspera y rugosa. La ropa que tanto le gustaba, esa que su madre le regaló antes de morir, no luce igual que unas horas del día más atrás. En sus ojos verde ya no hay esperanzas, estaban abiertos enloquecidos y en sus labios existe un sabor amargo. El mismo sabor que nos deparará a todos cuando nos llegue la muerte.
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