jueves, 7 de junio de 2012

Y lo vi...


Y lo vi, rodeada de tanta gente a babor. Me quede prendida por sus ojos, azules como la mar en la que cruzábamos con ese enorme transatlántico. Su figura apoyada a la barandilla mirando hacia un horizonte cubriéndose al anochecer; y en su mano derecha, un cigarro que en ese momento envidiaba porque era lo que sus labios besaban.

Temía que se volviera, pero el destino pícaro, me traicionó. Sonó la bocina y él, por instinto, se giró. ¡Oh no… me vio! Su rostro, sorprendido, dibujó al instante una sonrisa sagaz, y tranquilo, se dirigió al lugar donde yo me encontraba.

Mientras, sentía con cada paso cómo mi corazón volcaba, dando un giro de 180 grados y mis mejillas sonrojadas demostraban mi timidez a su presencia. Clavándose en mis pupilas su mirada insinuante; se atrevió a pronunciar:
-¡Salomé! – dijo sonriendo. ¿Qué haces aquí?... sabía que nos volveríamos a encontrar.




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