Te difuminas como el denso humo de los últimos cigarros que nos fumamos juntos, mezclado de las miles de risas y los ratos de complicidad que se hacían nuestras miradas. Yo, ahora, sólo puedo sentir que las comisuras de mis labios tiran hacia abajo. Y lo que recorre por mis mejillas ya no es ese sudor del que tantas veces me has provocado. Ya no. Son gotas que saben a tristeza, soledad, dolor... Es mi alma, que tanto decías que amabas, rota.
Sigo con el nudo en la garganta, sabes que desde que te vi nunca se fue, pero éste es diferente y aprieta más. Tenía tanta confianza en ti que me dejé atar creyendo que nunca me harías daño. No fue así. Y aquí estoy de rodillas en la cama mirando al techo, a la nada. Esperando ese abrazo por la espalda, esa caricia en mi pelo, esa mano cogiendo mi mentón para luego girarme y fundirnos en ese beso, eso que ya no llegará.
Porque de otros 'te quiero' has preferido endulzarte.