viernes, 17 de octubre de 2025

Luz

Luz fue directa a por el taburete de la cocina. Sin pensárselo. Sabía perfectamente que si se le pasaba por su cabecita llena de miedos la más mínima duda, volvería a caérsele las lágrimas y pospondría de nuevo lo inevitable. Así que decidida llegó al baño. Isabel, que la esperó sentada en la tapa del váter, se puso de pie delante de su hija.

Con la mayor de las ternuras que da una madre, Isabel alzó la mano derecha y acarició la mejilla fría de su pequeña. Con los sentimientos tan al borde causados por esa enfermedad, a cada una se le escapó sus retenidas lágrimas.

Pero al instante, Luz inspiró valiente para luego soltar con mucha fuerza toda la inseguridad que le atrapaba y se sentó en el taburete. Cogió firme de la repisa pequeña que tiene debajo el espejo una maquinilla de afeitar. Se lo ofreció a su madre. 

Al mirarse las dos por el espejo, Luz afirmó. Ella comenzó cortándole la coleta.


viernes, 4 de octubre de 2019

El que habita debajo de su cama

Estuve deseando aquel momento todo el día; en el que se tumbó en la cama. En el que puso en su móvil las canciones de siempre para poder dormir. El momento en que apagó la luz, y no precisamente la de su lámpara. 
Como todas la noches salí de mi escondrijo. En silencio me coloqué a sus pies. No quise asustar, ni atemorizar, no en ese instante. Pude ver su pecho bajando y subiendo tranquilamente, pero algo en mí me decía que esa falsa serenidad fue fruto del cansancio. Sus hermosas ojeras eran muy chivatas. 
De pronto una vuelta. En seguida otra. Y sin que el tiempo pasase volvió a rodar por las sábanas desechas. Apareció el llanto. De sus ojos nació la lluvia y de su boca la tormenta; por ahí salieron abundantes rayos y truenos. Toda tempestad entre cuatro paredes. 
Así demasiadas noches. Demasiados días. Demasiado tiempo.
Y a mí, no sé por qué, de nuevo se me encogió algo que llevaré por dentro.
Entonces me coloqué a su lado, acaricié su pelo mientras sollozaba en la almohada, hasta que por fin le venció el maldito sueño. Arropé su cuerpo yacente. 
Pues, ¿Qué más podría hacer?
Solamente soy su monstruo, el que habita debajo de su cama y quien ahora se asusta al verle. 





martes, 24 de septiembre de 2019

Se volvió a destruir todo

Se quedarán conmigo todas las caricias, al igual que nuestros labios seguirán pegados y jugaran mil millones de veces a comerse. Me preguntaré todas las mañanas cómo seguiré admirando el brillo de tus ojos cada vez que te vea sonreír sin que notes nada. De por qué volvieron a nacer mariposas si en su tiempo las maté todas, o de lo que me costó levantar el muro. Y de lo que dolió dejar de sentir. 
Se volvió a destruir todo. 
Con esa calor. 
Con esa ternura. 
Con esa luz.
Se volvió a destruir todo porque llegaste tú. 


lunes, 8 de julio de 2019

Caperucita y sus lobos


Caperucita permaneció en aquel bosque con un cigarro entre sus dedos. Mientras, las cenizas caían a sus pies. Desesperada volvió a hinchar sus pulmones de veneno y, supuestamente tranquila, soltó aquel humo denso por la boca.
Hasta que no quiso esperar más. 
No quiso perder tiempo, ese del que jamás recuperaría. 
Así que dio un paso a delante, dejó caer la colilla entre miles de hojas secas y sin mirar atrás ella siguió por la senda.  
Sin remordimientos. 
Al momento surgieron por su espalda enormes llamas, sintió el asfixiante calor.
No le importó absolutamente nada. 
E inmune prosiguió.  
Sola. 

Ya se encontraría por el camino a otros lobos que de verdad quieran devorarla. 



jueves, 16 de mayo de 2019

La atrapó

Hubo viento. 
Las nubes casi las pudo tocar. 
Su base de tierra, arena y polvo. 
Ante sus ojos el horizonte.
Infinito. 
Jugó con su pie descalzo a acariciar el vacío. 
Con sus manos quiso tocar algo que nunca existió, pero ahí estuvo. 
Lo decidió. 
Sin más lanzó su cuerpo. 
Aunque el aire intentó retener.
Demasiado peso. 
Ese peso en la espalda que jamás se quitó.  
La vida.
Y en picado, como águila que va a por su presa, cayó.
Presa que no era otra que su muerte. 
La atrapó.