Estuve deseando aquel momento todo el día; en el que se tumbó en la cama. En el que puso en su móvil las canciones de siempre para poder dormir. El momento en que apagó la luz, y no precisamente la de su lámpara.
Como todas la noches salí de mi escondrijo. En silencio me coloqué a sus pies. No quise asustar, ni atemorizar, no en ese instante. Pude ver su pecho bajando y subiendo tranquilamente, pero algo en mí me decía que esa falsa serenidad fue fruto del cansancio. Sus hermosas ojeras eran muy chivatas.
De pronto una vuelta. En seguida otra. Y sin que el tiempo pasase volvió a rodar por las sábanas desechas. Apareció el llanto. De sus ojos nació la lluvia y de su boca la tormenta; por ahí salieron abundantes rayos y truenos. Toda tempestad entre cuatro paredes.
Así demasiadas noches. Demasiados días. Demasiado tiempo.
Y a mí, no sé por qué, de nuevo se me encogió algo que llevaré por dentro.